Cada día, las mujeres en México siguen muriendo. No por accidentes, no
por causas naturales, sino por un sistema que les niega el derecho a decidir
sobre sus propios cuerpos. Cada aborto clandestino, cada muerte materna, es un
recordatorio brutal de la traición sistemática que vivimos. Mientras algunos
celebran “avances legales”, miles de mujeres siguen enfrentando la
condena del sistema: son procesadas, estigmatizadas y forzadas a vivir las
consecuencias de abortos inseguros. La rabia que sentimos no es por una
cuestión política o moral, sino por la muerte de compañeras que jamás debieron
morir por intentar ejercer su derecho básico a interrumpir un embarazo de
forma segura.
Este país celebra leyes que en la práctica solo sirven para las que
tienen privilegios. La despenalización federal del aborto, aunque significativa en los libros de historia, no cambia la realidad para las miles de mujeres que enfrentan barreras insuperables: la objeción de conciencia arbitraria, la falta de acceso a servicios en zonas rurales, el estigma moral y, en el peor de los casos, la muerte. En Oaxaca, por ejemplo, a pesar de que se despenalizó el aborto hasta las 12 semanas, menos del 30% de los hospitales públicos ofrecen el servicio, dejando a miles de mujeres sin acceso real a este derecho. No podemos hablar de victoria mientras seguimos enterrando a quienes nunca tuvieron la opción de elegir.
Sí, la SCJN dio un paso adelante. Pero, ¿de qué sirve este derecho si
miles de mujeres todavía no pueden acceder a un aborto seguro y legal?
Según datos del Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE), entre 2015
y 2021, más de 1,600 mujeres fueron procesadas penalmente por abortar,
muchas de ellas tras haber sufrido abortos espontáneos o complicaciones
médicas. Esto no es justicia, es una trampa que sigue condenando a las más
vulnerables. Casos como el de Gabriela, una mujer indígena de 22 años en
Veracruz, quien tras un aborto espontáneo fue acusada de “homicidio en
razón de parentesco”, demuestran que el sistema no solo falla, sino que
condena brutalmente a las mujeres más desprotegidas.